
Nuestros modernos teorizantes no se cansan nunca de cantarnos más y más variaciones sobre este solo tema fundamental: Dios no necesita ser movido a perdonar, o ser capacitado para perdonar, o incluso a perdonar sin lesión de sus atributos; toda la dificultad, segun ellos, está en inducir a los hombres a que se dispongan a ser perdonados, Dios está continuamente extendiendo desde los cielos sus brazos anhelantes hacia los hombres; es absurdo, se nos dice, perverso y hasta terrible blasfemia, el hablar de propiciar a un Dios como este, reconciliarle, de ofrecerle una satisfacción; el amor no necesita que le satisfagan, que le reconcilien, que le propicien; no, no tiene nada que ver con tales cosas, por su propia naturaleza fluye gratuito, espontáneo, instintiva e incondicionalmente, hacia su objetivo, ¡y Dios es amor!.
Bien, ciertamente, Dios es amor, y le alabamos por poder repetirnos a nosotros mismos esta gloriosa verdad guiados por una autoridad mejor que el apasionado aserto de esta especie de toscos teorizantes. ¡Dios es amor! pero de ahí no se sigue en manera alguna que solo sea amor. Dios es amor, pero el amor no es Dios y, por tanto, el término "amor" ha de resultar siempre inadecuado para expresar a Dios. Que Dios es Amor puede ser -y para nosotros pecadores, perdidos en nuestro pecado y miseria si no fuera por ello, debe ser-la revelación cimera del cristianismo. Pero no es de la revelación cristiana de donde hemos aprendido a pensar en Dios como en alguien que no es otra cosa que amor. No cabe duda de que Dios es Padre de todos los hombres en cierto sentido verdadero e importante. Pero esta expresión "Todo-Padre" no la hemos captado de los labios de ningún profeta hebreo ni de ningún apostol cristiano. Y el indiscriminado "benevolentismo" que ha cautivado a tantos pensadores religiosos de nuestro tiempo, no es un concepto genuino del Cristianismo, sino de importación tipicamente pagana.
Cuando uno lee las páginas de la literatura religiosa popular, rebosante de inconsideradas afirmaciones acerca de la universal Paternidad de Dios, tiene una extraña sensación de ser retrotraido a l atmósfera del, por decirlo asi, decadente paganismo de los siglos cuarto y quinto, cuando los dioses llegaban a su ocaso, y a quienes se aferraban resignadamente a los viejos modos les quedaba muy poco más que un amargado sentido de la "benignitas numinis", ¡cuan salpicadas estan las páginas de aquellos geniales paganos antiguos con tal expresión; cuán empapados están sus cohibidos sentimientos, en la convicción de que la amable Deidad que habita en las alturas seguramente no será dura con los hombres que se afanan aqui abajo! ¡cuán espantados quedan de la severa justicia del Dios de los cristianos, que aparece ante sus asustados ojos como ante los del moderno poeta que no ve a Dios sino como "el duro Dios que habitó en Jerusalen"! Seguramente que la Gran Divinidad es demasiado buena como para fijarse en los pecadillos del pobre hombre encanijado; seguramente que Dios los mira con divertida compasión más bien que con fiera reprobáción; estan convencidos, ante todo, de que su Hacedor "es buena persona y todo irá bien".
No puede menos que surgir en nuestras mentes la pregunta de si nuestro moderno indiscriminado "benevolentismo" va más lejos que todo esto. ¿Significa toda esta proclamación unilateral de la Paternidad universal de Dios mucho mas que la benignitas numinis de los paganos?; cuando tomamos en nuestros labios estas benditas palabras "Dios es amor", ¿estamos seguros de expresar mucho más que nuestra repugnancia a creer que Dios va a pedir seriamente cuentas al hombre por su pecado?, en una palabra, ¿estamos en estos tiempos modernos, anhelando remontarnos a una captación más adecuada de la verdad trascendente de que Dios es amor, tanto como protestando apasionadamente contra la idea de vernos tiznados y tratados como pecadores merecedores de ira?.Con toda seguridad, es imposible atribuir ningún contenido real a estas palabras "Dios es amor" a no ser que se las ponga junto a todo esos otros conceptos de igual sublimidad como "Dios es Luz", Dios es Santidad", "Dios es fuego consumidor".
El amor de Dios no puede ser captado en su longitud, anchura, altura y profundidad -todo lo cual excede al conocimiento- a no ser que sea captado como el amor de un Dios que vuelve el rostro ante la vista del pecado con inefable aborrecimiento y arde de inextinguible indignación contra él. Lo infinito de su amor quedaría esclarecido no por la prodigalidad de su favor hacia los pecadores sin exigir expiación del pecado, sino -a traves de una santidad y de una justicia de tal calibre que le obligan a levantar la voz con infinita aversión e indignación- por un amor tan grande hacia los pecadores que le hace proveer una satisfacción por sus pecados, adecuada para tan tremendas exigencias.Cierto crítico, algún tanto frivolo, al contemplar la religión de Israel, nos ha dicho, como expresión de su admiración por lo que encontró alli, que: "un Dios honesto es la mas noble obra del hombre".
Hay una profunda verdad escondida en tal observación. Sólo que es evidente que tal obra era demasiado noble para el hombre; y probablemente el hombre nunca la ha conseguido. Un Dios benévolo, si; los hombres se han forjado para si un dios benevolo, pero un Dios absolutamente honesto, quizá nunca; este conocimiento se lo debemos a la revelación que de Sí mismo nos ha hecho Dios. Y esta es realmente la caracteristica distintiva del Dios de la revelación: El es un Dios completamente honesto y concienzudo -un Dios que se comporta honesta y concienzudamente consigo mismo y con nosotros-. Y podemos estar seguros de que un Dios completamente concienzudo no es un Dios que puede comportarse con los pecadores como si no fuesen pecadores. En este hecho se apoya quizá la base más profunda de la necesidad de una redención expiatoria.
Y es también en este hecho donde se asienta la base más profunda del creciente fracaso del mundo moderno para apreciar la necesidad de una redención expiatoria. La rectitud de conciencia sólo puede ser sintonizada por una conciencia despierta; y en gran parte del reciente teologizar, la conciencia no parece especialmente activa. En verdad, nada hay tan sobrecogedor en la estructura de las recientes teorias sobre la redención como la evidente desaparición del sentido de pecado que subyace en ellas. Es seguro que, sólo cuando el sentido de culpabilidad y de pecado se ha desvanecido considerablemente, pueden los hombres suponer que todo lo que se necesita para purgarlo es arrepentirse.
Tambien es seguro que, solo cuando el sentido del poder del pecado ha decaido profundamente, son los hombres capaces de imaginar que podrán y querrán echarlo fuera de sí por medio de un "arrepentimiento revolucionario". Y tambien es seguro que, sólo cuando el sentido de la atrocidad del pecado ha desaparecido prácticamente, puede el hombre imaginar que el Dios Santo y justo puede tratar el pecado a la ligera. Si no tenemos mucho de que ser salvos, entonces una expiación muy pequeña sera suficiente para nuestras necesidades. Después de todo, es solamente el pecador quien necesita un Salvador. Pero, si somos pecadores y nos percatamos de lo que ello significa, entonces clamaremos por un Salvador tal, que solo después que El mismo fue hecho perfecto mediante el sufrimiento, pudo llegar a ser el Autor de una salvación eterna (Lewis S. Chafer).